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  • Foto del escritorLucia Pedraza

Plásticos omnipresentes, recicladores insuficientes

Actualizado: 27 nov 2019

En este caso ha sido un cachalote el que ha aparecido muerto en una playa de Cerdeña (Italia). Siete años y 22 kilos de plástico en su interior. Apenas han pasado dos meses desde que Filipinas amaneció con un paisaje muy similar a este, aunque aquella ballena fue la que se ha llevado toda la expectación al conseguir el récord por comerse 40 kg del mismo material. Vaya récord más absurdo. Mientras nosotros en tierra firme usamos y tiramos platos, envases y pajitas que no volveremos a usar; allí, en el fondo del mar, además de sirenitas que coleccionan todos nuestros desperdicios también hay animales que desean llevárselos a la boca. Bolsas de la compra, redes de pesca y vasos de plástico eran algunos de los manjares que los biólogos que realizaron la autopsia encontraron en el estómago de este cachalote.

Este “descubrimiento” de que los animales marinos ingieren la basura que nosotros tiramos al mar ha abierto los ojos a muchos de los que pensaban que la contaminación era una construcción social. Ahora, aquellos que llevan años reciclando y reduciendo la cantidad de envases de un solo uso ya no tienen tanto mérito. Eso ahora lo hacen todos -ojalá-. Lo cierto es que ser ecofriendly se está poniendo de moda y está bien visto, pero hay que reconocer que hay que ponerle ganas y tenerlo todo muy organizado si lo que queremos es reducir nuestro consumo de plástico al mínimo posible. Hay que aprovisionarse de todo: botes para meter los productos a granel, bolsas de malla para las frutas y verduras, cepillos de dientes de bambú y, por supuesto, bolsas de tela para evitar comprarlas en el supermercado. Un primer paso un poco contradictorio, ya que para reducir nuestro consumo tenemos que empezar comprando.


La hora de hacer la compra. Ese es el momento que determina la forma que tenemos de consumir los productos. Si tenemos intención y, además, iniciativa de cruzar las puertas de alguna de las tiendas a granel de nuestra ciudad, nos daremos cuenta de que vamos a tener que soltar un poco más de dinero si queremos comer arroz o macarrones. En este caso, pasarse por el supermercado en busca de 1kg de pasta no parece tan mala opción. Pero no hay que desistir. Si dejamos a un lado los sacos llenos de productos con gluten lo cierto es que el resto de opciones pueden llegar a ser, incluso, deseables para nosotros. Los carteles que indican el precio de las especias engañan, pero cuando la dependienta comienza a echar en tu botecito reciclado de Mercadona palas y palas de ese condimento, tu alivio aumenta más deprisa que el número de gramos en la báscula. Al final la compra no ha salido tan cara.


Después de pasar por otras tres tiendas para comprar frutas, verduras, carne y pescado y de quedarte sin bolsas y tarros en los que poder introducir tanta variedad de alimentos te diriges a casa para descargar. Lo bueno empieza entonces. Entre telas y cristales comienzas a sacar alimento tras alimento para buscarle un sitio en la nevera; y después de jugar media hora al Tetris entre tanto tupper y cesta con verduras es la hora de hacer hueco en el armario para los nuevos tarros. Semillas de amapola, de chía, de lino, de sésamo blanco y sésamo tostado. En el fondo, gracias a las tiendas a granel estás ampliando tu repertorio, aunque no sepas ni qué propiedades tienen la mitad de ellas. Una hora más tarde ya está todo colocado en su sitio.


Esta tarea de cargar con la casa a cuestas para ir a hacer la compra supone, para muchos, más que un esfuerzo. Pero la culpa no es nuestra. Los millennials y los nacidos unos años antes siempre hemos ido con las manos vacías a hacer la compra al supermercado. Eso es muy difícil de cambiar. Nunca nadie antes se había preocupado por estos temas; excepto nuestros abuelos. Qué difícil debía ser tener que llevar cada día las botellas de leche de nuevo a la vaquería, o tener que devolver el sifón a la gaseosería para que te descontasen una parte del precio de la nueva botella. Qué cansado debía ser y, sin embargo, lo hacían porque era lo normal entonces. El problema es que ahora lo normal ha cambiado y se ha establecido como algo habitual utilizar masivamente el plástico y no preocuparse por lo que causa en el medio ambiente. El problema es que ahora, para que no lo olvidemos, hace falta que sean los animales del mar los que vengan a recordárnoslo.


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